Del encanto de Studio Ghibli a las consecuencias invisibles: cuando la IA se vuelve viral
- Graciela Brasesco
- 1 abr
- 2 Min. de lectura
En las últimas semanas, redes sociales como TikTok, Instagram y X (ex Twitter) se llenaron de imágenes que parecen salidas de una película de Studio Ghibli: casas soñadas, estaciones de tren solitarias, calles bajo la lluvia o bosques encantados con una estética nostálgica, melancólica y mágica. Lo curioso es que estas imágenes no fueron dibujadas por artistas del estudio japonés, sino generadas por inteligencia artificial.
El fenómeno explotó con herramientas como ChatGPT, Midjourney, DALL·E o Runway, que permiten crear imágenes, historias, guiones e incluso animaciones con apenas una indicación en lenguaje natural. El resultado: millones de personas comenzaron a generar contenido con estilo Ghibli sin necesidad de saber dibujar ni animar. ¿Qué hay detrás de este furor y qué consecuencias trae esta viralización?
La cultura de la moda tecnológica
La adopción masiva de herramientas como ChatGPT no es nueva, pero la velocidad con la que ciertas estéticas o usos se popularizan llama la atención. En cuestión de días, el “modo Ghibli” pasó de ser una curiosidad a un estándar en los feeds de muchas plataformas. El atractivo no está solo en el resultado visual, sino en el hecho de que cualquiera puede hacerlo. Lo que antes requería años de formación artística, ahora está al alcance de unos pocos clics.
Esta lógica se repite con cada avance tecnológico que se vuelve viral: primero el asombro, después la explosión de uso, y por último las preguntas éticas, laborales y ambientales. ¿Quién es el autor de una imagen generada por IA? ¿Qué pasa con los artistas que ven replicado su estilo sin crédito ni retribución? ¿Cuál es el costo de mantener una herramienta que crea millones de imágenes por día?
La huella que no se ve: impacto ambiental de la IA
Detrás de cada imagen generada, cada texto escrito o cada video creado por IA, hay un consumo energético que muchas veces pasa desapercibido. Las grandes plataformas de inteligencia artificial dependen de enormes centros de datos que requieren energía eléctrica constante y sistemas de refrigeración para evitar el sobrecalentamiento. Una parte crítica de esa refrigeración se realiza con agua.
Según un informe de la Universidad de California, entrenar modelos como ChatGPT puede consumir millones de litros de agua, especialmente en regiones donde los servidores están instalados en climas cálidos. A esto se le suma el uso continuo: cada vez que interactuamos con una IA, se activa una cadena de procesos que involucran hardware y sistemas físicos. En otras palabras, cada “prompt” también tiene su huella hídrica.
¿Cómo seguimos?
Es inevitable que las tecnologías sigan avanzando y que nuevas modas sigan surgiendo. Pero también es necesario que acompañemos este entusiasmo con conciencia. Si vamos a incorporar herramientas de inteligencia artificial a nuestra vida cotidiana o a nuestros procesos de trabajo, también debemos preguntarnos: ¿cómo se produce esta tecnología?, ¿a quién afecta?, ¿y qué costo ambiental tiene?
En Atlas Latam creemos que formar profesionales también implica abrir espacios para el pensamiento crítico. Las herramientas están al alcance de todos, pero el uso que hagamos de ellas marcará la diferencia. La innovación no puede ir desligada de la ética ni del cuidado del entorno.




